miércoles

Crónica - AL BARATILLO

Son las 6 de la mañana y el canto de un gallo me abrió la aurora, veo que el día se anuncia tranquilo y me aseguró de que el aguacero de la víspera no se repetirá; el sol como nunca se alista a brillar.
Ya a las 8 de la mañana desayuno con calma y me alisto a visitar aquellas calles llenas de historia y ligada directamente a la fantasía de todo un pueblo; me prometen que va a ser un paseo inolvidable; así que tomo lo primero que tengo a la mano y me voy en busca de la aventura, irónicamente creía que iba ser un día inolvidable, ¡y sí que lo fue!.
Camino sin cesar, como esperando que las calles se acorten, cansada, y casi sin aliento, sigo insistentemente para llegar a mi destino, después de visitar aquellas inolvidables plazoletas que esconden en su interior historias que nos llenan de orgullo y que son parte de nuestras raíces; pido un break para descansar, pero mi compañero me dice que todavía no me ha llevado a conocer todo el Cusco, entonces le insisto y seguimos el arduo paseo.
Cuando llegué creí que era una broma, un detrás de cámara, pero en realidad era el sitio al cual había caído como por arte de magia, me quedé impresionada por unos segundos, no atiné a decir palabra alguna, después de unos minutos; en donde el único ruido era el de los carros y las personas que se apresuraban a ver las últimas novedades de la liquidación, exclamé: ¡Esto es una broma! Carlos se hechó a reir y sólo atinó a decirle que ásta es la cachina de Cusco, que en realidad era el baratillo.
Entré, enmudecida, "no hay que caminar mucho" me había dicho y no fue cierto. Mientras visitaba los puestos, todos sonríen igual, amable y desapasionadamente, como en los comerciales de pasta para lavarse los dientes.

Realidad sin anteojos
Lo primero que llama la atención es la cantidad de mar humano. Mientras recorría las calles en donde la marea humana aumenta. El sol me quemaba los pies, el calor. comenzaba a cocinarme lentamente como el que se extravía en el desierto, las gotas de sudor corrían por mi frente y el escándalo era insoportable. Los bebes lloraban, los niños corrían, las madres cambiaban pañales a la luz del día y todos cargan paquetes de bolsa, chucherías que a muchos no les sirven, pero que otros sienten que han realizado la compra del día, que han pagado una “ganga” por tremendo paquete; después de caminar mucho intento saciar inútilmente mi sed con una “chicha blanca”, que es oriunda en estas tierras.
Mientras iba avanzando me encontré rodeada de centenares de personas sudorosas que se detienen en cada instante, preguntando el precio de cada producto.
Mientras iba deambulando por aquellas calles estrechas, me encontré con una realidad que hasta el momento no conocía; me acerqué a un puesto en donde una señora alegre, muy amable, me atendió, vendía ropa usada; quedé impresionada al ver la cantidad de personas, que en su necesidad, se ven obligadas a cubrir sus cuerpos con trapos que otros rechazan; en ese momento se me acercó un joven risueño, con la singular picardía criolla, que me ofreció unos celulares a precio de “ganga”, rechacé la oferta y me fui a ver qué novedades más me ofrecía ese singular lugar.
Me llamó la atención el llanto de una madre, no era por pena aquel llanto en que rompía como vaso al tocar el suelo. Era por coraje y rabia de la impotencia, impotencia como la que sufre el niño cuando le roba un caramelo el adulto, la misma pena que la embriagaba como ave de carroña en un cadáver, a aquella señora le habían robado lo único que tenía para sus compras de la semana.
La jornada aún no termina
Después de 2 horas de caminar tanto y no encontrar nada, el aire estaba caliente, más caliente, las nubes no prometían nada, el sudor recorría nuestros cuerpos con descaro y el sol se ensaña contra mí, la jornada aún no terminaba, me acerqué a unos puestos muy interesantes para mí, ahí vendían recuerdos del Cusco, sin pensarlo dos veces, me apresuré a sacar las últimas monedas que me quedaban, pero mientras iba caminando una llamada en el estómago abrió nuestro apetito, me dispuse a saciar esa voraz hambre el cual los médicos llaman necesidad biológica, para sorpresa mía, tenía la elección entre mis manos, me acerqué a la famosa señora Pancha, que entre la variedad de sus platos me ofrecía un suculento saltado, lo más sabroso es lo que lleva, toneladas de grasa.
Después de tanto tiempo la noche me sorprendió entre niños confabulados de sus mercancías, y el ir y venir de tanta gente callejera….
El frío se acrecienta en el ambiente; los vendedores se ven obligados a recoger lo que les queda de la gran faena sabatina, mostrando sus lados duros, pisando el sueño y ciñendo el cansancio gota a gota.
Va desapareciendo poco a poco la marea humana, son las nueve de la noche y el panorama se convierte en un desierto solitario, en donde sólo los perros ladran sin parar; y los gritos de la mañana desaparecen como un eco caso taciturno escuchándose a lo lejos.

Por: Cynthia Cuarezma Villalobos

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