domingo

La hermana muerte


Por: Karina Achiri

Hoy viendo las noticias, no es extraño enterarse que una persona haya muerto por tal motivo, pero esa palabra muerte, muerte, que vocablo más…frío, con solo escucharla se nos pone los pelos de punta. Hablar de la muerte, es algo complicado, para alguien como yo, que no haya perdido un ser querido o tenido que culpar a la muerte por ser tan injusta y quitarnos la presencia de un ser que nos haya visto, hablado, escuchado o aconsejado; la muerte vista de muchas maneras, sigue y seguirá presente en cada momento.
Cuando escuchamos esta palabra, tal vez nuestra imaginación nos transporte a visionar una calavera vestida de negro con una parca entre los huesos y viene buscando a las personas para llevarse sus almas y dejar nuestro cuerpo en un sueño profundo del cual jamás se logra despertar.
Quizá el destino no me ha arrebatado algún ser querido –todavía- pero sería inhumano no compartir el sufrimiento de otro ser humano que este sufriendo porque la muerte le ha quitado algún ser querido. Cuando pienso, tan solo en la muerte, viene a mi memoria esas personas tan valientes como Rosio, Carolina o Andy que vieron con sus propios ojos como la tierra sepultaba al ser que querían y con el que compartían cada día; escuchar su llanto y decir dentro  mío, que algún día, yo también pasare por esto, aunque desearía que no sucediera, pero nadie puede evitarlo, es el ciclo de la vida.
Durante este tiempo, algo que pude aprender de San Francisco de Asís, es que la muerte puede ser una dama muy caprichosa pero no se le debe temer porque al final de toda vida, la llegaremos a conocer; quizá temprano o tarde nos encontrara; pero como decía este santo en su cantico de las criaturas “demos la bienvenida a la hermana muerte”, que va quitando la vida a su paso, ¿acaso podemos escaparnos de ella?
Algo es seguro, la muerte no lograra borrar el recuerdo de un ser querido que sigue vivo en nuestros corazones, corporalmente se fue pero él o ella estará ahí porque nos dejó muchos recuerdos, anécdotas, experiencias, alegrías, tristezas… No los olvidemos porque ellos tampoco lo harán. Vivamos cada instante como ellos lo hubieran hecho, ahora, aquí porque el amor no se extingue, perdura.



Alabado seas, mi Señor,
por nuestra hermana muerte corporal
de la cual ningún hombre viviente puede escapar.
(San Francisco de Asís)

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