Un día cualquiera, estaba yo esperando mi carro en un paradero de Avenida La Cultura, frente a la Universidad. Acababa de salir de clases, de modo que mi mochila, era un bulto poco menos que voluminoso en mi espalda. Intentaba cuidarme de que algún amigo de lo ajeno pusiera sus ojos en ella, así que debo reconocer que estaba algo distraída mirando fijamente hacia la dirección en que debía venir el bus que me llevaría a casa, cuando me percaté ya muy tarde, de que una chica de mi edad hablaba por celular y mirando hacia otro lado se dirigía a mí.
Supuse que cambiaría de dirección o algo y por eso no me moví. Pero, cuando ya hube calculado que no se detendría, tenía su pie sobre el mío y la fuerza de su cuerpo me había quitado el equilibrio y por poco me voy al piso. No musitó siquiera una disculpa, me miró por encima de sus lentes, se arregló la cartera y siguió caminando.
Es muy probable que ese día, a raíz de mi colisión previa ya estuviese susceptible a cuanto empujón me diesen en la calle, pero el hecho es que nunca me había sentido tan molesta. El chofer de la combi no me devolvió el saludo y por poco me bota por la ventana para bajarme de la combi. La gente en el bus y en el mercado cerca del que vivo parecía no verme o no ver a los demás, y pasaba por su lado empujándolos, gritando casi en sus caras u oídos, sin el menor reparo. Me sentí simplemente invisible y supongo que no sólo a mí me ha pasado.
Lamentablemente en nuestro país, los principios, la ética, la moral... todos esos temas que se supone deberían regir nuestra convivencia diaria, están muy venidos a menos, y escribir al respecto no hace la diferencia. Ni se diga en el resto del planeta.
No necesitamos ir muy lejos para darnos cuenta de que algo (o mucho) no anda bien: ¿nunca has sufrido un empujón en la calle por el que no has recibido ni una disculpa siquiera? ¿un empujón en la combi? ¿cuántas veces has cedido o has visto que se ceda el asiento a quién lo necesite más, en cualquier cicunstancia? ¿cuántas personas saludan al chofer del taxi, de la combi, al vigilante, al bodeguero? ¿lo haces tú?
Estoy consciente de que no se trata de faltas éticas graves, que puedan perjudicar de manera irremediable a los demás, pero lograr una buena convivencia en la sociedad parte de esos detalles tan pequeños y aparentemente insignificantes que pueden hacer la diferencia en el día de cualquier persona.
La cortesía no es algo de "niños bien", de colegios caros o apellidos de renombre, pues por un lado hay personas de mucho dinero con peores modales que cavernícolas y por otro, hay personas muy modestas con modales impecables: la cortesía no cuesta ni un céntimo pero vale mucho más que eso.
Lo mejor que podemos hacer, es un ejercicio muy simple: predicar con el ejemplo. Aunque para ello se requiera una paciencia de santo, sobre todo si se está apretado en una combi con el codo de algún desconsiderado metido entre las costillas, esta es la única forma de lograr que las personas cambien de actitud a nuestro alrededor.
No estamos sólos en el mundo, y es esa la razón por la cual la mala educación prolifera. Los adultos que "educan" a sus hijos lo hacen de boca para afuera y basta con que salgan a la calle para hacer poco menos que lo contrario de lo que tanto predican en sus casas. Probablemente la peor parte es que, aún siendo alguna vez poco corteses con alguna persona, renegamos de los demás cuando son groseros con nosotros. Démos aquello que nos gustaría recibir de los demás, aunque nunca lo recibamos en la vida real. El ejemplo enseña, las palabras pasan.
Podríamos empezar desde nuestro hogar y seguir en nuestro día a día, donde estemos: un saludo, un gracias, un por favor, permiso, una palabra en vez de un grito...no cambiaremos a los más de 6 mil millones de humanos que existen en el planeta, pero al menos si a nuestro círculo más cercano. Y la mejor parte es que al final del día, nos sentiremos tranquilos: algo fue diferente en el mundo gracias a cada uno de nosotros.
“Sin valores no hay posibilidad real de construir una sociedad verdaderamente humana, pues ellos determinan no sólo el sentido de la vida personal, sino también las políticas y estrategias de la vida pública. Una cultura que ha perdido su fundamento en los valores supremos se vuelve necesariamente contra el hombre” (Mensaje del Papa Juan Pablo II en su visita al Perú)
Por: Steph Marissell Manrique Loayza
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